Fue un proceso de selección largo. Era Enero del 2012 cuando tuve el primer contacto y no me fui a New York hasta el 20 de mayo de ese año. Iba a trabajar como comprador de joyas en el mercado de segunda mano, con una formación previa de 6 meses en la gran manzana. Formación que necesitaba, ya que yo venía del sector de la joyería, pero de primera mano; sabía de modelos y precios de venta, pero el valor real de las piezas lo desconocía.
Cuando me dijeron que iba a ser una experiencia única en la cual iba a aprender con los mejores compradores, reconozco que me hice una idea preconcebida. Me imaginé al lado de uno de ellos a cada momento, siendo mi mentor, explicándome el porqué de cada oferta, o analizando la calidad de un diamante conjuntamente. Nada más lejos de la realidad. El primer día me sentaron en una mesa donde había un ordenador y diferentes instrumentos de gemología, dentro de una gran sala con más gente (compradores americanos de la empresa en su mayoría) y sinceramente mi primera impresión fue de abandono y, por unos momentos, de gran decepción. Ni rastro de ese mentor. ¿Qué clase de formación era esa?
El producto que se compraba en la empresa se etiquetaba y guardaba en la sala donde nos encontrábamos todos. Era un mueble enorme, lleno de sobres con producto, clasificados por familias: joyas de firma, joyas antiguas, diamantes, relojes, etc.
Puesto que nadie me decía que hacer, hice lo que todos hacían: me levante y cogí un par de sobres. Dentro estaba la pieza en cuestión y una tarjeta, donde aparecía información básica de la pieza (peso, quilates, pvp, coste) y las ofertas que los diferentes clientes habían dado por ella. El sistema era muy parecido al de una subasta, la oferta más alta se lleva la pieza. Pero sin comisiones. Y entonces lo vi claro: tenía ante mí un enorme muestrario a mi disposición con diferentes tipos de piezas, algunas de ellas realmente increíbles, junto con la información de lo que se había pagado por cada una de ellas y las ofertas que el mercado estaba dando en ese momento. Eran todos los datos que podía necesitar, ahora solo tenía que memorizarlos y coger más sobres. Como hacían todos allí.
Durante los dos meses siguientes fui como una esponja: valoré cientos (o miles) de diamantes calculando descuentos sobre precios Rapaport en función de calidades, tuve muchas piezas preciosas de firma en mis manos, con lo que memorizaba % de descuento sobre los PVP originales, y un largo etc. En definitiva, me ayudó a ordenar un montón de números en mi cabeza y, aún más importante, a tener una enorme sensibilidad hacia la joyería de calidad.
Observaba que con frecuencia se llevaban una gran parte de los sobres con las piezas en una especie de carritos. Su destino eran las salas privadas donde los clientes (mayoritariamente judíos) pujaban por las piezas que les interesaban. Una mañana del tercer mes, cuando consideraron que estaba preparado, era yo el que empujaba uno de esos carritos, en concreto con los sobres con diamantes, y entré en una de las salas. Definitivamente, aquello iba a ayudarme en mi formación a niveles increíbles…
Lo primero que tenías que memorizar al entrar a la empresa era la codificación de las ofertas. Me explico: las ofertas de los clientes se apuntaban en una tarjeta. Pero para evitar miradas indiscretas y que en la sala de compras algún cliente pueda ver lo que otros han ofertado, en vez de números usábamos letras. Cada letra es un número. Parece fácil, pero cuando a veces te iban cantando ofertas a una velocidad alta, la cosa se complica, y no te puedes equivocar al escribirlo como es obvio.
Mi relación con los judíos siempre fue buena. Bueno, pongamos que al principio cordial. Con los ortodoxos, los que van totalmente de negro con la kippah (el sombrero de ala ancha) y los típicos tirabuzones o las peiot, era mejor no tener mucha relación. Son una sociedad cerrada y bastante desconfiada, diría yo, y era evidente su intención de no entablar ninguna conversación conmigo, más allá de irme cantando sus ofertas. Por lo general, siempre venían en parejas, con otro hermano o primo o con uno de sus hijos. Hay que perpetuar el negocio.
Pero luego estaban el resto, judíos conservadores o reformistas, con ideas más liberales y abiertos al resto de la humanidad. Y fue con ellos con los que verdaderamente aprendí. Al principio me fijaba en como estudiaban los diamantes y manejaban los aparatos. La rapidez y precisión con la que identifican el color de un diamante, o ven un tratamiento por láser dentro de uno de ellos. Si uno miraba todas las ofertas dadas por un diamante, en el 80% de los casos eran idénticas. Todos ellos establecían los mismos parámetros de calidad. Son como máquinas en lo suyo.
Cuando vieron mi cara unas cuantas veces, se relajaron (y yo también) y si tenía alguna pregunta sobre la oferta dada, me explicaban la razón y la situación del mercado. Otras veces, si eran ellos los que tenían dudas sobre un diamante, me preguntaban mi opinión. La política de la empresa era no darles ningún tipo de información, pero todos los compradores allí lo hacíamos. Si tu les ayudabas, ellos te formaban. Negociadores puros. Nunca dar sin recibir algo a cambio, eso lo aprendí bien con ellos también. Y para mí era un honor que contaran con mi opinión, al final eran ellos los que ponían miles de dólares en juego y a nadie le gusta perder dinero.
En los últimos dos meses, a muchos de ellos los fui a visitar fuera de nuestras oficinas, en lo que se conoce como La Torre de los Diamantes, el World Diamond Tower situado en el 580 de la Quinta Avenida. Entrar allí era como entrar en una máquina del tiempo, al recorrer los pasillos llenos de despachos-búnker, sin apenas luz, parece que todo el bullicio de Manhattan se parara. A algunos clientes de piezas de firma, los visité en sus tiendas de la 47, en pleno Distrito de los Diamantes, donde algunas de las mejores piezas del planeta se agolpan en las vitrinas como si fueran verdura. Es toda una experiencia que recomiendo a cualquiera que visite NY, y en especial al que quiera dedicarse al mundo de las joyas.
Todo esto, recorrer calles y ver escaparates, o acudir a las subastas de Christie’s y Sotheby’s es también formación. Autoformación. Y memorizar precios de venta o precios de remate, o retener en la mente colores de piedras como esmeraldas o rubíes de la mejor calidad. Eso no se olvida nunca y luego ayuda a la hora de tasar una pieza. Y preguntar, aunque cueste de obtener una respuesta. Y leer libros que son fundamentales en mi opinión, como Understanding Jewellery de David Bennet y Daniela Mascetti, Los Diamantes de Harry Winston de la editorial Rizzoli o el libro sobre Bulgari de Vincent Meylan. O los catálogos de subasta, que se pueden adquirir por internet.
Yo tuve la suerte de poder vivir esta experiencia de primera mano. Pero la autoformación es la clave de todo, es sinónimo de ganas de aprender y de mejorar. Y al final, quien la sigue la consigue.
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GERMAN PAJARES
Tasación y asesoramiento por experto en diamantes, alta joyería y relojería, ubicado en Barcelona.
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